Vivimos tiempos de persecución a la clase política, de descrédito a la función pública, donde están en cuestión los partidos políticos, las instituciones, los valores y la cultura de todo un país, la vertebración del territorio y hasta el funcionamiento mismo de la democracia. Situación alarmante, inquietante y preocupante cuanto menos.

 

 

Las peores situaciones de la historia de la humanidad partieron precisamente bajo una serie de premisas como éstas, cuando a los ojos de los ciudadanos nada sirve, cuando todo está cuestionado, cuando no queda nada en lo que creer.

A todo lo que hay que añadir una crisis profunda de nuestra economía y de la credibilidad de nuestro país en los mercados internacionales. Pero no se vive eternamente entre tinieblas, es más, solo la ambición de un pueblo por superarse y luchar, por no caer bajo el yugo de la eterna depresión, de la baja autoestima, del abatimiento, ha marcado la visión y el cambio de rumbo en muchas naciones. De las grandes catástrofes nacen pueblos nuevos, fortalecidos por las circunstancias y con un prometedor horizonte por delante.

No se está permanentemente en crisis, yo diría más, este periodo debe servir a España para salir fortalecida, habiendo realizado un profundo análisis de nuestro sistema y de nuestro encaje en la globalización de las relaciones económicas y mercantiles, en definitiva, debemos cambiar nuestras formas de comportamiento con el resto del mundo, edificar un nuevo orden institucional, económico y educativo que nos permita levantarnos y volver a crear bienestar.

El futuro pasa por sanear nuestra economía, curar nuestras heridas. Un país no puede comenzar a construir sus renovados cimientos con dolencias del pasado. Los planes de austeridad son un paso previo a la restructuración del mercado español. Una vez superada esa difícil etapa, serán los estímulos y los incentivos de toda índole, económicos, legislativos, educativos, sociales... los que nos lleven a conformar una nueva sociedad, mejor preparada, más innovadora y más emprendedora.

En todo esto tienen un papel fundamental los ciudadanos, la sociedad en su conjunto, pero más aun los jóvenes, el presente mismo de la España del mañana. A nosotros nos corresponde la labor de infundir ilusión y esperanza a una sociedad abatida por los datos macroeconómico, por el paro, por la situación real de muchas familias españolas. Representamos para este país la sabia nueva de una generación que no se resigna, que se revela, que se siente en la responsabilizar de restituir anímicamente a una España sumida en una crisis de identidad. No debemos ser únicamente los mejor preparados de la historia de España, también debemos ser los generadores de tejido empresarial, de crecimiento económico, los exploradores de la recuperación.